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El jueves pasado, el Papa Francisco llevó a cabo una conmovedora celebración de la misa del Jueves Santo en la prisión femenina de Roma. Este gesto, cargado de simbolismo y humildad, tuvo como protagonistas a doce reclusas a quienes el pontífice lavó los pies, emulando así el acto de Jesús con sus discípulos en la Última Cena.

Desde su silla de ruedas y con un mandil blanco, el Papa Francisco se acercó a las doce mujeres, quienes visiblemente emocionadas llorando, se subieron a una plataforma para recibir este gesto de humildad y perdón. En una breve homilía improvisada, el Papa reflexionó sobre el perdón y la vocación del servicio, destacando la importancia de pedir perdón y de estar siempre dispuestos a perdonar.

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El pontífice argentino, quien en las últimas semanas había tenido problemas de salud debido a una gripe, no se dejó vencer por las adversidades y llevó a cabo este acto de servicio con normalidad.

La cárcel femenina de Roma fue el escenario elegido por el Papa Francisco para continuar con una tradición iniciada desde el inicio de su pontificado en 2013, la de celebrar la misa del Jueves Santo en lugares de sufrimiento en la sociedad moderna, como cárceles, centros de refugiados y correccionales de menores.

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Este gesto del Papa Francisco no solo resalta su compromiso con los más necesitados y marginados, sino que también nos recuerda la importancia del perdón y la humildad en nuestras vidas. En tiempos de división y conflicto, estas acciones nos invitan a reflexionar sobre la importancia del amor y la compasión hacia los demás.

Con este acto, el Papa Francisco continúa inspirando a millones de personas en todo el mundo a través de su ejemplo de humildad, servicio y amor al prójimo. Su visita a la prisión femenina de Roma deja una huella imborrable en el corazón de quienes tuvieron la oportunidad de presenciar este emotivo momento de encuentro y reconciliación.

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